Escucho que me llaman a comer. Suspiro. Pienso en que excusa puedo poner hoy. No se me ocurre nada más. Mi boca se curva como acto reflejo de tan solo pensar en tener que vomitar de vuelta. Me duele la cabeza. Me llevo las manos a la cara como para lavármela con un agua invisible que me despejaría.
Me vuelven a llamar.
Dejo caer las manos sobre el teclado y sin ganas ni energía me levanto de la silla giratoria en la que estaba abandonada y escurrida con calor. Veo la mesa vacía y me dispongo a poner las cosas necesarias para comer. Veo a mi mama en la cocina y me dice algo que o no entiendo o no presto atención. Mucho interés en que le responda ella tampoco parece tener asíque no le pido que me lo repita. Agarro cubiertos, vasos y dos botellas. Una de jugo y otra de gaseosa (en mi casa siempre se ponen opciones. Nadie coincide en los gustos.)
Me acuerdo que me olvide el agua para mi hermano y vuelvo a la cocina, miro con asco lo que prepara mi mama. Cuasi brutalmente corta y despedaza un pedazo de vaca muerta que todavía suelta sangre sobre la mesada. Me revuelve el estomago y me voy a sentar en la mesa, ya lista.
No se entiende, nadie entiende. Cuando te sentás a la mesa porque te llaman a comer, no entienden que la comida te baja el autoestima y te pisotea los ánimos. Nadie entiende que queres ser linda. Amada.
La gente quiere a las gordas, pero ama a las lindas y flacas. Iconos de belleza son las mujeres altas y esbeltas.
...
Alta no soy, vamos por lo de flaca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario