sábado, 20 de noviembre de 2010

La expresión de la inexpresión:

A veces siento que no me termino de expresar en el tema que había empezado a explayar. Es generalmente porque no lo hago. Siempre siento esa necesidad irracional de irme por “las ramas” como se diría. Esa necesidad de mostrarme por lo menos por papel o por una pantalla, como realmente soy. Mostrarme como nadie me conoce y mostrarme como con nadie me había mostrado, porque como dice Cielo Latini en su libro Abzurdah:

“-…El papel es prudente. El papel no te es infiel, no te caga, te deja ser. No te pone cara de circunstancia aunque le estés contando que tenés morbo con las ratas egipcias o que te excita ver cómo los murciélagos duermen en el tapa-rollo de tu ventana.-”

Porque es así, todos te cagan cuando pueden. Es el ser humano, está en nuestra naturaleza. Y podes decirme que no. Vos pensá lo que quieras. Pero yo sé que es así…

Nunca me consideré una persona buena, pero no creo que nadie nazca pretendiendo ser malo. El entorno lo transforma a uno. En un hipócrita, en un maldito hipócrita. Pero en fin, creo que todos tenemos un pedazo de nosotros plagado de ansias de morbo….

Entiendo ese morbo pero no en foros de fotografías de personas sufriendo. No en los desgraciados que ríen del sufrimiento y la agonía de la otra persona. Pienso con todo lo más profundo de mi ser que si, flaco, ¿Querés morbo? Hacetelo a vos mismo. ESE morbo si lo entiendo… Ese SI es de mi entendimiento. El hecho de haberme hecho un mapa de pequeñas montañitas marcadas en la piel sangrante creo que me dio algo de saber al respecto. Cuando se empapaban los algodones en la habitación y cuando el agua antes de limpiarla la esparcía en las paredes del lavabo. Esa sangre que liberaba la presión contra la que creía imposible pelear. Ese frenesí de una visión roja y una pileta de sangre a tus manos. Ese morbo de contar las cortadas. Uno, dos, tres Entrando en la piel y sintiendo el ardor, la quema en la zona de descarga. La liberación que después reinaba en el alma en calma. Cuatro, cinco, seis, siete… Se sabía, se sentía que los neurotransmisores empezaban a cumplir con su trabajo. El dolor empezaba a escurrirse por el cuerpo, avanzando y apoderándose de toda idea o pensamiento que se interponía en su camino. Interceptando e interrumpiendo con dolor,… Más dolor.

La piel empezaba a temblar. Escalofríos por la pérdida de equilibro sanguíneo en la zona. Y unos últimos saques de ira. Con las últimas fuerzas y voluntad, cerrando los ojos y levantando la afilada hoja de filo como si fuera el pan simbolizado para un cura. La salvación, para después bajar la navaja con los ojos aún cerrados con fiereza y precisión en la mano para atravesar la piel y llegar hasta más allá de donde permite la impresión llegar con los ojos abiertos. Un corte profundo más para la colección, nueve, diez, once... Suspirar con fuerza el aire que hasta ahora se acumulaba en los pulmones para mayor resistencia. Volver a la realidad.

Volver a empezar…-

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